El tabaco es un producto agrícola autóctono de Centroamérica. Su origen se sitúa en la zona andina entre Perú, Ecuador, y Colombia. Recién fue conocido por los europeos en 1492 con la llegada de Cristóbal Colón y sus expedicionarios al Caribe. Desde donde se extendió a Europa en el siglo dieciséis, y posteriormente, al resto del mundo.
Además de fumarse, el tabaco se aspiraba, se masticaba, se comía, se lamía, se bebía, se untaba, se usaba en gotas, en enemas, en ritos guerreros, se esparcía en los campos antes de la siembra, se ofrecía a los dioses, y se derramaba sobre las mujeres antes de la relación sexual. Y lo utilizaban, y aún lo hacemos nosotros, como narcótico.
Hoy sabemos, que el humo del cigarrillo contiene sustancias químicas mortales. Las grandes tabacaleras internacionales le pagan fortunas a físicos, químicos y otros ingenieros de la muerte para que a vos te encante «el puchito». Y también para que no puedas dejarlo.
Hay quienes fuman uno cada muerte de obispo y no les genera ningún problema. Pero a la mayoría sí. Yo fumaba antes de nadar, y después. Porque no podía durante. Cuando pedaleaba fumaba antes, y durante cuando descansaba en el monte. Me llevaba el paquete atrás de la remera, donde normalmente van los geles y las frutas, me metía dentro del monte para que nadie me vea, a fumar y a tranquilizarme. Y antes y después de correr. Porque durante casi que no me daba… Pero salía ya pensando en el pucho que «me gané».
Yo bajaba cuarenta pisos en mis recreos para fumar con quince grados bajo cero, bajo tormentas de nieve en New York, y luego volvía a mis quehaceres. Así siempre. Y fumaba mientras me duchaba, lo dejaba a un costado de la ducha y protegía la ceniza con el mismo puño con el que pitaba. Yo sí que puedo decir que fumaba hasta «abajo del agua».
Las corporaciones tabacaleras dejan «la piel en el laboratorio» para que vos te suicides lentamente, «pitada» tras «pitada», «seca» tras «seca»… A «muerte lenta» y dolorosa…
Estás tenso, nervioso, ansioso, te fumas uno, y te relajas y te sosegás. Al rato te aburrís, estás enojado, malhumorado, te fumas otro y te calmas. Y más tarde estas por explotar de ira, ofuscado por algo, puteando en todos los idiomas, y te prendes otro. Hasta que arrancas el siguiente… Y así funciona la adicción. Pero eso no te arregla el problema, al contrario… Te lo agrava.
El tabaco contiene nicotina, cianuro, plomo, alquitrán y monóxido de carbono. Estos químicos producen una piel vieja y arrugada como la de una tortuga. Podés tener 35 y parecer de 65. Se te debilitan los órganos y los huesos. Sos flojo para el laburo y te fracturas mucho más fácilmente haciendo deportes. Si es que podés hacer deportes, porque normalmente te quita esa fuerza de voluntad que necesitas para entrenar. Ya que te sentis re mal.
También se te complican «los comedores». Debilita las encías y se te caen los dientes. Vas a terminar comiendo puré todo el día y de una bombilla… Te genera impotencia sexual. No logras una eficaz erección. No «te arranca» el amigo. La fertilidad se compromete y mucho. ¿Piensas terminar siendo un «huevo duro»?
Encima te agarra bronquitis, asma, pulmonía, tos, catarro, y todo tipo de cáncer. Es como morir por decisión propia. No pienses que eres distinto al vecino, a tu abuelo, o a un enfermo terminal… ¡A todos nos ataca sin misericordia! Fumar produce cáncer de «todo tipo y pelaje». De pulmón, de boca, de garganta, y hasta de estómago. Y el final es tortuoso y dolorosísimo. Más vale pégate un tiro «de una», que sufrirás mucho menos.
Yo de noche salía al patio con cero grados a fumar dos o tres, «al hilo», y así me estoqueaba bien de veneno, y podía «tirar» en la cama hasta la madrugada.
Antes fumar era aceptado, te sentías un «macho alfa». «El nuevo Sheriff del Pueblo». Y las mujeres te esperaban con un cenicero para «demostrarte afecto». Hoy ya ni quedan ceniceros en las casas. Te tratan como un ciudadano clase B. ¡A fumar afuera!
Mientras todos bailaban o «picoteaban» delicias, uno se quedaba fumando afuera, envuelto en una nube de humo, «sacándole el cuero» a los más divertidos y ganadores. Para que todos los amargos, como uno, se rían.
En los «fumódromos» uno se encuentra con el «mamerto resentido», el que narra hazañas incomprobables, o el que cuenta «chistes de geriátricos», que ya lo sabían casi todos…
Cuando uno es el único que «anda pitando» ve fantasmas, hasta el «fantasma del descenso». Imagina que lo «agretean» a sus espaldas por vicioso empedernido. Que te están poniendo sobrenombres como «La Parrilla» o «El Quemero». Y uno se convierte en un esclavo del tabaco, te maneja a vos.
Si fumas con continuidad estás enfermo de tabaquismo. Si estuvieras bien no tendrías la necesidad de matarte solito y solo cada veinte minutos. No te metes un «proyectil» en alta frecuencia. Tienes problemas, por eso estás nervioso y tenso. No se te dan los resultados y tienes que aliviar el malestar con esa porquería. No te metas en lío. Fumar te destruye.
La mala noticia es que tendemos todas las personas a querer sentirnos importantes y seguros de nosotros mismos. Nos gusta dar la imagen victoriosa. Pero para dejar de fumar te tienes que sentir en problemas. Un adicto primero.
Y tener humildad para recibir normas nuevas, y aprender a vivir sanamente. Tolerar las observaciones de los que te ayudan o ponen límites. Y eso cuesta, «gurises». Pero para nada es imposible. Pedí ayuda, no es la muerte de nadie. Todos la necesitamos alguna vez, de una u otra manera… Porque poder solo, casi que no existe…
¿Se puede dejar de fumar? Sí, obviamente. Hay programas para dejar las adicciones y con un alto índice de éxito. Grupales y personales. Conocidos y anónimos. Déjate de destruir. Fumar «no garpa». No va más. Tenés un olor a cenicero en la boca que solo te puede «chapar» alguien como vos, o que ande aún peor.
El autor fumó más de veinte años compulsivamente. Hoy prefiere morir de faca, de bala o de horca… Antes que de pucho…
Si no pudiste solo y lo intentaste, vas a necesitar ayuda de otros. De gente que estudio y mucho. Y que quiere darte las herramientas porque es su vocación. Para dejarte ayudar necesitas declararte débil, vulnerable. Y eso no es tan fácil. ¿Quién anda con ganas de «caminar por el mundo» con un cartel que diga «Cuidado Frágil» colgado en el pecho?
Para eso hay que ser humilde, quererte, querer, y pedir ayuda. Puede parecer que no, pero hay mucha gente que la está dando. Para recuperarnos.
FEDERICO MULLER