FEDERICO "LOBO" MULLER

EL DIA QUE INCENDIARON LA CANCHA POR «LA LEY DEL DEPORTE»

La primera vez que hubo violencia de la grande en el futbol argentino fue en 1916. Hace más de cien años. Ardió en llamas el viejo estadio del club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (G.E.B.A.). Estaba en Palermo, frente al histórico hipódromo de Palermo, y al lado de las vías del ferrocarril. Era el epicentro más concurrido en aquella poca. Buenos Aires tenía al menos un guapo en cada barrio. Y en los campitos, a la vera de las vías, siempre se armaban «los picados» de fútbol, que muchos «se picaban» y mal…

La hecatombe fue en la final entre Uruguay y la Argentina del primer Sudamericano de Futbol (hoy Copa América). En aquel entonces el futbol tomo la delantera en popularidad frente a otras actividades. Ya había fanáticos del futbol, hinchas de manicomio. Misma situación con el Uruguay «que no ni no». No había otras diversiones. Había menos cosas.

Era tal el movimiento que desde Montevideo venían barcos, valsas, gomones, etc. para asistir al evento. No te pedían documentos ni habilitación para cruzar de país. Necesitabas un buen par de huevos y dos buenos brazos. Y arrancabas nomas…

Las entradas se agotaron de toque. No hubo tiempo ni para pestañar. Una hora antes de que comenzara el partido cerraron los portones y «nos vemos en el corso. Se hubiesen preocupado antes». La multitud no estaba dispuesta a volver a su casa y convivir sanamente con la frustración. ¡Qué esperanza! Todo lo contrario. Entraron por las malas. Bajaron el portón y se metieron por donde ya no cabía ni un alfiler. Alto borbollón. Estaban todos como «sardina en lata». Locos de contentos. La cancha temblaba. Aún no sabía que iba a ser su último día de vida en esta tierra problemática y febril.

Mucha gente al borde de los limites de la cancha. Sobre la línea de cal. ¡En cualquier momento se metía uno a jugar! Salieron los equipos a la cancha y se advirtió, antes de arrancar, que en esas condiciones era imposible jugar. Había gente dentro del campo. Como para respirar aire puro y no respirar del aliento del otro «loco». La gente «se puso las pilas» y retrocedió un poco. Pero una vez que arrancó el partido se metieron unos pasos más adentro. Tipo la barrera que se va adelantando de a poquito y sin que «nadie se dé cuenta». Y ahí el arbitro suspendió el partido y mando a todos a las casas. No estaban dadas las condiciones. Fue peor el remedio que la enfermedad. Fue una «inyección en una pata de palo».

La gente empezó a incendiar las maderas del viejo estadio con los papeles de diarios. Apareció mucho querosén, como por arte de magia. Y en unos minutos la cancha se convirtió en el infierno de Dante.  La destrucción fue total. Quemaron todo el templo. Se calcinó el reducto. No quedaron ni los arcos. Y el coqueto y glorioso estadio de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires pasó a la historia como el primer hecho de violencia en el futbol argentino. En el ámbito de alta competencia. El club hoy en día hace cualquier disciplina y con muchas ganas y seriedad, menos el futbol. Que es el que más angustias le dio…

La final se jugo al día siguiente en cancha de Racing y empataron. Uruguay se consagró campeón porque tenía más puntos que la Argentina. Esto es cierto. No es «chamuyo flaco». Sucedió en la vida real. En aquella Buenos Aires donde nadie se comía «ni la punta».

Esta en el libro «La Viruta del Futbol», escrito por conocidos periodistas deportivos como Escande, Werd y Borinsky.

LA LEY DEL DEPORTE

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