Volvió desde las sombras y hablo «a corazón abierto». Nuestro amigo en común y presidente de la Comisión Municipal de Boxeo, Víctor «Pico» Medina, hizo la difícil gestión de ubicarlo. Hubo que rastrillar la zona para encontrarlo. ¡El luego contó que vive escondido! Casi en la clandestinidad.
Le pregunte si no quería tocar algún tema y me dijo que quería hablar de todo. Contó su historia. El acá en Concordia es leyenda. Leyenda viviente. Pero ninguna leyenda se ajusta 100 % a la historia. Van cambiando de boca en boca… según el saber y entender del que «hace correr la bola». Todos los lugares tienen sus personajes.
Este tipo de cuarenta y dos años intensamente vividos que tuve enfrente nació en Concordia, un 28 de Febrero de 1975. Y es el último Campeón Argentino que tuvo la vieja capital provincial del pugilismo. Bien entrenado, era un artista del ring. Rápido y fantasista.
Se acordó con alegría de su carrera juvenil. Hablo de su participación en la selección argentina. Del Mundial de Alemania. De su admiración por el técnico cubano Servelio Fuentes, por Remigio Molina, por «Gomita» Alvarado… Se lo escucho muy respetuoso de todos sus grandes maestros y de sus rivales. Aunque parezca extraño, «El Rako» no es un tipo rencoroso, ni malo. Es un buen tipo. Y se emocionó mucho hablando de su época y de sus anécdotas. Bienvenido Diego Felipe «Rako» Jaurena a «La Ley del Boxeo»:
«Lobito querido. Guerrero de Dios. Como estás. Muchas gracias por tu invitación. Mi papá era embalador de frutas del Pindapoy, y mi mamá ama de casa y madre de siete hermanos. Clase obrera bien de barrio. Dos hermanas. Tres hermanos boxeadores: «El Gringo», «El Leo», y yo. Y dos jugaron al fútbol. La cosa a veces se complicaba para llegar a fin de mes. Todo el mundo esperaba el fin del mundo, pero para nosotros peor era el fin de mes… Jajaja».
«Yo me crie en la calle. Siempre fui de vagar. Después me metí en un gimnasio de boxeo en el barrio siguiendo a mi hermano «El Gringo». Quería hacer lo que hacía «El Gringo». Después me fui a Buenos Aires, al CENARD, donde el trabajaba y fui a la selección argentina de boxeo, dirigida por el cubano Servelio Fuentes. Yo insistí y rompí con que quería ser boxeador. Y entrenaba mucho porque me gustaba andar bien, me gustaba ganar».
«Mi entrenador de toda la vida fue Victoriano Fernández. Y mis mejores armas eran el gancho, mi «vista» y estas piernas. Ja, ja, ja. Veía la mano del rival, adivinaba su movimiento. Por eso peleaba muchas veces con la guardia baja y la cara expuesta. Aparte me gustaba en aquella época Naseem Hamed, te acordás. Pero para eso tenés que estar muy bien físicamente».
«Yo amaba todo del boxeo. Entrenar, pelear, las criticas, las entrevistas, los autógrafos, todo. Nunca me molesto que haya gente que me quería ver perder y mal. Que no le gustaba mi estilo ni mi forma de ser. Al contrario, más me motivaba».
«Yo no era un blanco fácil. Me movía todo el tiempo y era de fibras rápidas. Me consagro campeón argentino Ligero Liviano Junior frente al experimentado Walter Hugo Rodríguez en fallo unánime en el Ferro. ¡La Catedral del Box! Ese día era imbatible. Le dimos un baile bárbaro. Estaba rápido, ágil y certero. El Ferro es mi casa, ja, ja, ja».
«Peleo por el titulo sudamericano Ligero Liviano frente a «El Vikingo» Álvarez en Ciudadela, y por las pantallas de TYC Sports. El periodista Julio Ernesto Vila decía que había que presionarme, «pasarme por arriba», «aplastarme». Achicarme el ring para que no te baile. Pasaban los rounds y eso nunca sucedía. Yo me floreaba e iba camino hacia una victoria holgada… Porque estaba volando ese día. Hasta que un cabezazo accidental detuvo la pelea en el 8.º round. Descalificación. Nos robaron aquella noche…».
«Yo me levantaba a las cuatro de la mañana. Corría hasta el lago (21 km). Luego hacía guantes, soga, técnica, elasticidad. Me pasaba a buscar mi entrenador, el legendario Victoriano Fernández, en moto y con un hacha. Si había que ir a bajar el puente de Salto Grande, el Puente Alvear o el Puente Mono de San Carlos, yo iba. Y… a mí me gustaba. Me gustaba ganar».
«Las cosas siempre pasan por algo. La mala suerte o la buena suerte no existen», me dice con esa «garganta de arena», golpeada por la vida… Siempre terminando cada frase con una sonrisa picara. Es como que «ya fue»… No le interesa mucho esa caída. Creo que le duele más a «La Ley del Boxeo» que a él. Tiene otros problemas…
«Antes de las peleas me emborrachaba con agua, me «enfiestaba» con lechuga y tomate, y coronaba «la orgía» con una naranja. Y dormía solo. Estaba convencido. Obsesionado con el boxeo. Cuando dejé de pensar, sentir y soñar como boxeador profesional, todo el tiempo me caí en una «meseta profesional». Dejé de progresar, de crecer. Y luego rodé escaleras abajo. Era una sombra de lo que alguna vez fui. Mi cabeza ordenaba maniobras, pero mi cuerpo no podía obedecer». Primero fue un buen ejemplo de lo que se debe hacer, y luego un buen ejemplo de lo que no se debe hacer…
Luego se vino «la debacle total. Diego Felipe Jaurena hablo de todo. De la droga, el tabaquismo, el alcohol, y la delincuencia. De su pobreza, de sus miserias, de su gran mujer, la novia de toda su vida, de sus tres hijos, de la generosidad del sindicalista Medina. De la familia del boxeo. Rako es un hombre de reconocer a quienes lo ayudan, un loco sin rencor ni odios.
«Tuve una escuelita de boxeo «Rako» Jaurena. En la plaza del barrio Centenario. Enseñándole a los chiquitos en la cancha de básquet. De la nada me había ido a tocar timbre por todo el barrio. Los junte a los padres y les dije que quería que sus hijos se acerquen a aprender boxeo conmigo. No solo del barrio Centenario, venían de Villa Jardín, La Bianca, el Asentamiento. No quiero que haya gurises tirados y perdidos por culpa de la droga. No quiero que a los chicos les pase lo que me paso en la vida. Por eso me gustaría poder volver a dar clases y fomentar el deporte y la vida sana. Cuando yo hice deportes y vida sana, se me abrieron todas las puertas. Cuando me porte mal, quede preso de la soledad».
Agradeció al final muy emocionado al Sindicato de Obreros y Panaderos porque siempre le da una mano. Se abrazó con «Pico» Medina muy fuerte al final de la charla y lo invitamos a cenar. Dijo que no, otro día. Y lo llevamos de vuelta a la Concordia profunda. De tierra adentro… por el barrio Centenario.
«¿Te dejo en la pizzería? No más allá. ¿En esa parrilla? No. ¿En lo de Piojera?¿En tu casa? No. ¿Donde? Más allá, por ahí nomás, dejame Lobito querido…».
Y se perdió en una huella sin tiempo. Dentro de ese Concordia de los sueños rotos. Ese submundo que ha avanzado durante muchos años, y nadie sabe que hacer.
Mientras volvía en la camioneta me pregunte si lo use. Si fui un interesado para que mi programa tuviera rating. Sí. Lo utilice. Lo quería conocer mano a mano y sin míticos. Porque no se cuando le van a «tirar la toalla». Porque yo le quiero contar a las futuras generaciones de periodistas que conocí al «Rako» Jaurena. Y porque deseo que su mensaje de lo que se debe hacer y no debe hacer un deportista sea leído con mucha atención… Esa sería la misión cumplida. Esa es la misión de «La Ley del Boxeo».
El es un ejemplo de supervivencia, de cero rencor, de vida áspera y sin misión que mucha gente tiene que soportar. Y que «en las buenas» tenés diez ayudantes y en «las malas» no te queda ni «la intemperie». Una larga sucesión de hechos dolorosos esperando por el último, que será la muerte.
Hoy «El Rako» anda corriendo la coneja». Rezando para que algo mejore. Quiere vivir, y, como todos en «La Viña del Señor», ser feliz. Nuestro último campeón argentino de boxeo hace algunas changas para sobrevivir. Es carnicero, le pega a la media res congelada como Rocky, va a la Iglesia para no perder la Fe. Le ha costado mucho la vida al «Loquillo» y a su familia. Que dicho sea de paso, nunca lo dejó tirado.
¿De quien es la culpa de que existan miles de «Rakos Jaurenas»? ¿De todos? No, cansado de vagos. Eso es como decir de nadie. Yo quiero decirles de quien es: de los políticos que permiten que la industria de la droga maneje los barrios, que tampoco han formado equipos preparados y dedicados para desbaratar a las bandas, ni equipos profesionales para generar una mejor de los peligros de los consumos problemáticos. Y por no tener un programa que cuide a nuestras viejas glorias. Y eternamente. ¡Gracias, Campeón! Por dejar tus enseñanzas. Con afecto. «El Lobo». Tu fanático.
LA LEY DEL DEPORTE