FEDERICO "LOBO" MULLER

CUENTO DE FÚTBOL POR MARIO BENEDETTI

Mario Benedetti nacio en Paso de los Toros, Uruguay, El 14 de septiembre de 1920. Y muere a los 88 años de edad en Montevideo el 17 de mayo del 2009. Ese día el gobierno uruguayo decretó duelo nacional. Es que Mario fue un intelectual, un periodista, un cuentista, un poeta, un ensayista, y un militante político. Es uno de los nombres mas emblemáticos del Uruguay en el siglo 20. Y uno de los mejores escritores de la historia de este país. Y como buen uruguayo le gustaba mucho el fútbol. El gran deporte nacional de ese «paisito» tranquilo, de mate en mano en la rambla, lento pedaleo en la «chiva» y con mucho tiempo para cultivar el espíritu. Este es uno de sus cientos de cuentos. La Ley del Deporte lo publica con el deseo de que se entretengan, rían, se emocionen y mucho.

PUNTERO IZQUIERDO

«Vos sabes las que se arman en cualquier parte más allá de Propios. Y si no acordate del campito del Astral donde mataron a la vieja. Los años que anduvo hinchándola desde el alambrado, y la fatalidad que justo esa tarde no la dejo disparar por esa uña encarnada. Y sino acordate de esa canchita de mala muerte, creo que la del Torricelli. Donde le movieron el esqueleto al pobre «Cabeza», un negro de mano armada, puro espamento, que ese día le agarró la loca de escupir cuando pasaban con la bandera. Y si no acordate de los menores de Chuchilla Grande, que mandaron al nosocomio al zaguero del Catamarca. Y todo porque le habían hecho al capitán de ellos la mejor jugada recia de la tarde. No es que me arrepienta ¿sabes?, de estar acá en el hospital, se lo podes decir con todas las letras a la barra de Wilson».

«Para poder jugar más allá de Propios, las tenés que tener bien puestas. ¿No se que te parece ganarle a Corrales jugando nada menos que nueve contra once? Pensar que hace ya dos años y todavía me parece ver a «El Pampa», que todavía no se había mandado el «afane» pero seguro que ya lo estaba «germinando», correrse por la punta y escupir el centro, y yo que la veo venir y la coloco tan al ángulo que el golero no la pudo ni pellizcar. Ese que se mandaba la parte porque los del Progreso le habían echado el ojo».

«¿O que te parece haber aguantado hasta el final en la cancha del Deportivo Yi, donde ellos tenían el juez, los línea y una hinchada piojosa que te escupía hasta en los minutos adicionados. Y eso cuando no entraban a la cancha y te gritaban: «¡Yi! ¡Yi! ¡Yi!», como si estuvieran llorando. Pero refregándote de paso el puño por la trompa».

«Lo que yo digo es que así no podemos seguir. O somos amater o somos profesionales. Acá no es un estadio, con protección policial, con esos «mamitas» que se revuelcan en el área sin que nadie los toque. Aquí si te hacen un penal no te levantas hasta el jueves. Lo que está bien, pero no podes pretender que te maten y después que ni se acuerden de vos. Yo se que estuve horrible, pero no me pongas esa cara».

«Pero ni vos ni Don Amílcar entienden ni entenderán nunca lo que pasó. Claro, para ustedes es fácil ver la cosa desde el alambrado. Pero hay que estar sobre el pastito, ahí te olvidas de todo, de las instrucciones, y hasta de todo lo que te paga cualquier mafioso. Te viene una cosa adentro y tenes que llevar la «redonda». Los ves venir con carita de rompe huesos y tenes que pasarlos, hay que pasarlos como sea, como si te estuvieran dirigiendo por control remoto».

«Si te digo que esto no iba a andar, pero don Amílcar que siempre empieza a inflar y todos los días iba a buscarme en la fabrica. Que yo era un puntero izquierdo de condiciones, que era una lastima que ganara tan poco, y que cuando perdiéramos la final él mismo me iba a arreglar el pase al Everton. Ahora vos calcula lo que representa un pase para el Everton, donde además de don Amílcar que después de todo no es más que un «cafisho de putas pobres», está nada menos que el Doctor Urrutia, que ese si es el Director de Ente Autónomo, y que ya colocó en Talleres al media punta de ellos».

«Especialmente por la vieja sabés, otra seguridad, porque en la fabrica ya estoy viendo que en la próxima huelga me dejan con una mano atrás y otra adelante. Y pensando en esto, me fui al café industrial para sentarme a hablar con Amílcar. Te aseguro que me habló como un padre, pensando que yo no iba a aceptar. A mi me daba risa tanta delicadeza. Que si ganábamos nosotros iba a ascender un club demasiado díscolo, y eso no entraba en los sagrados intereses del deporte nacional. Que en cambio el Everton hacía rato que venia ganando el premio a la corrección deportiva y era justo que ascendiera. Entonces dije que el asunto es grave y el coso supo con quien trataba. Me miró y yo le aguanté a pie firme la mirada y le repetí que el asunto es grave. Ahí no tuvo mas remedio que reírse y me hizo una bruta guiñada, y que era una barbaridad que una inteligencia como yo trabajase a lo bestia en esa fabrica».

«Ahí nomas le hice una entradita sobre el doctor Urrutia y al Ente Autónomo. Después, para ponerlo nervioso, le dije que uno también tiene su condición social. Pero el hombre se dio cuenta de que yo estaba blando y desembucho las cifras. Grueso error, ahí nomas le saqué sesenta. El reglamento era este: todos sabían que yo era el hombre gol, así que los pases vendrían a mi. Yo tenía que eludir a uno, a otro, tirar apenas desviado o patear a la tierra y mandarme la parte de la bronca. El coso decía que nadie se iba a dar cuenta. También dijo que iban a «tocar» a Murias, que era un tipo macanudo y que no lo iba a tomar a mal. Le pregunté solapadamente si Murias también iba a entrar en Talleres y me contestó que no, que ese puesto era diametralmente mío. Pero después en la cancha lo de Murias fue una vergüenza. «El Pardo» no disimuló ni medio, se tiraba como una mula y siempre en el suelo. A los veintiocho ya lo habían expulsado porque, en un «borbollón», le dio al media punta de ellos un codazo al hígado».

«Yo lo veía tirarse de palo a palo al «Meyado» Valverde, que es de esos idiotas que rechazan muy pitucos cualquier oferta como la gente. Y te juro por la vieja que es un amater de primera hora, porque hasta la mujer, que es una milonguita, le mete los cuernos en todos los sectores. Pero la cosa es que el «Meyado» se rompía y se le tiraba al piso nada menos que a Bademian, ese armenio que le pega como un burro, y que hace como tres años casi mata de un tiro libre al golero del Cardona».

«Y pasa que te contagias y sentis algo aca y empezas a dribliar en la línea de córner como un mandrake y no puede ser que con dos hombre menos (porque al Tito también lo echaron, pero por bruto) nos perdiéramos el ascenso. Dos o tres veces me la deje quitar pero sabes que, me da un dolor barbaro porque el que me marcaba era más malo que tomar agua sudando. Y todos iban a pensar que había bajado mi estándar de juego».

«El entrenador me pidió que bajara a jugar más retrasado y eso me venia al «pelo» porque ya no iba a ser el hombre gol y no se iba a notar si tiraba como la mona. Así y todo me mande dos boleos que pasaron rozando el palo y estaba quedando bien con todos. Pero cuando corrí y se la pase al «Ñato» Silveira para que entrara el, y ese tarado me la paso de nuevo a mi que estaba solo, no tuve mas remedio que patear la tierra porque sino iba a ser muy bravo no meter el gol. Mientras yo hacia que me agarraba los zapatos el entrenador me grito: «¿Qué tenes en la Cabeza? ¿Moco?». Eso me toco aca adentro, porque yo no tengo moco, sino preguntale a don Amílcar que siempre dijo que yo era un puntero inteligente porque juego con la cabeza levantada».

«Entonces ya no vi más, se me subio la calabresa a la cabeza y le quise demostrar que yo se mover la guinda y me saque de encima a como cuatro y cuando estuve frente al arquero saque un zapatillazo que el tipo quedo haciendo sapitos. Mire al entrenador y lo vi sonriente, recién ahí me di cuenta que me enterré hasta los ovarios. Todos me abrazaban y me felicitaban. Yo no quería dirigir la visual hacia donde estaba Don Amílcar y el Doctor Urrutia, ósea justo en la banderita del córner, pero enseguida comenzó a lloverme un kilo de puteadas, en las que reconocí el tono del delegado y la ronquera de mi fuente de recursos».

«Ahí el partido se volvió de tramite intenso porque entro la hinchada de ellos y le llenaron la cara de dedos a más de uno. A mi ni me tocaron porque me reservaban para el postre. Después quise recuperar puntos y pase a jugar abajo, pero no marcaba a nadie y me pasaban la globa por entre las piernas como a cualquier gil. En una vuelta se la chingue al «Meyado» con efecto pero ese animal sacaba al corner tiros imposibles. Mire a don Amílcar y al delegado, a ver si se daban cuenta que contra el destino no se puede, pero ya no estaban. Ahí terminamos uno a cero y los muchachos me llevaron todos en andas porque habíamos ganado y termine arriba en la tabla de goleadores».

«Los periodistas escribieron que mi gol, ese magnifico «puntinazo», había desmentido rotundamente todo los rumores circulantes. Yo ni me duché porque quería contarle a la vieja que ascendimos. Así que salí todo sudado con la camiseta que era un mar de lagrimas en dirección al primer teléfono. Pero ahí nomas me agarraron del brazo y me di cuenta que era la bruta manaza de don Amílcar. Te juro que pensé que me iba a felicitar pero es clavado que esos tipos no saben perder».

«Todo el partido me la pase pateando desviado, hipotecando mi prestigio y eso no vale nada. Después me viene el sarampión, hago un gol y eso si está mal. Pero ¿y lo otro? Para mi yo ya había cumplido con los sesenta que le había sacada de anticipo, así que me hice el gallito y le pregunte con gran serenidad y altura si ya había hablado sobre mi puesto en Talleres».

«Amílcar ni mosqueo, y casi sin mover los labios porque estábamos entre la gente me llevo diciéndome mamarracho, tramposo, anda a joder a Gardel, y otros apelativos que te omito por la enfermera que me cuida como una madre. Dimos la vuelta en la esquina y ahí estaba el delegado. Como un caballero le pregunte por la señora, y el tipo me respondió la misma sarta de piropos que Amílcar, adicionando los de maricon y carajito».

«Yo pensé la boca se te haga un lado, pero la primera me la dio «El Piraña» apareciendo de golpe y porrazo. Atrás de el reconocí al «Gallego» y al «Chiche», todos manya orejas de Urrutia, el cual en ningún momento se ensució las manos. La segunda piña me la obsequio «El Canilla», pero a la tecera perdi el orden cronológico y me siguieron dando hasta las calandrias. Cuando quise hacerme una composición del lugar ya estaba casi muerto. Ahí me dejaron hecho una pulpa, y con este solo ojo los vi alejarse entre las sombras. Tuve que arrastrarme hasta el bar de Seoane, donde el rengo me acomodo en el camión y me trajo hasta el hospital. Y aca me tenés, mirando con un solo ojo, pero voy a ver si puedo abrir el otro».

«Difícil, la enfermera que me trata como al Rey Farú, y que tiene como ya habrás visto su bruta plataforma electoral, me dijo que tengo para un semestre. Por ahora no esta nada mal. Porque ella me sube upa para lavarme ciertas ocasiones, y yo voy disfrutando con vistas al futuro. Pero la cosa va a ser después, el periodo de pases ya termina y estoy colgado. En la fabrica le dijeron a la vieja que ni sueñe con que me van a esperar. Así que no tendré más remedio que bajar el cogote y apersonarme con el chitrulo de Urrutia, a ver si me da el puesto en Talleres, como me lo había prometido».

LA LEY DEL DEPORTE (JUEVES 20 HS MATRIX 94.9 Y WWW.RADIOMATRIX949.COM).

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