FEDERICO "LOBO" MULLER

BOXEADOR ALFREDO «GRINGO» JAURENA EN LA LEY DEL DEPORTE (28/12/18)

Hoy llegó, tras largas tratativas, uno de los más grandes ídolos de la historia de la ciudad de Concordia. «El Campeón de la Gente». Un tipo que peleo más de 120 peleas, 80 como amater y 40 como profesional. Figura de la década del 80 y 90. Acá, es casi tan conocido como «La Coca» Sarli. Su característica dominante fue la del «huevo y corazón».

Boxeador de acción, de matar o morir, que entretenía a la gilada, que encandiló, y que lleno gimnasios. La gente quedaba al borde de la silla cuando iba al frente en aquellas noches del club Estudiantes. De campana a campana. Fue uno de los más queridos y taquilleros que hubo, por lejos.

El honrado de hoy se retiró con un pasado de selección nacional, juegos sudamericanos, panamericanos, y campeón argentino y sudamericano, de los Super Ligeros o Welter Júniors. Hasta peleo por el titulo mundial frente al africano Ike «Bazooka» Quartey en Europa.

Clásicos inolvidables frente a Pauloni, «El Tanito» Ojeda, Faustino Barrios, Benavides, y Jorge Melián hicieron que sus contiendas se discutan por muchos años. Pierde su invicto con José Luis Saldivia un 9 de marzo de 1988 en Buenos Aires. En guerras campales.

Esta es la historia de «El Arturo Gatti de Concordia», el hombre que regó con sangre, sudor, lágrimas, y gloria a este suelo. No elegía los golpes ni se guardaba sus energías. Iba al frente buscando el desborde, nomás.

El que le daba a la hinchada lo que la hinchada buscaba. Uno de los cinco concordienses campeones argentinos de la historia. Y uno de los dos que fueron campeones argentinos y sudamericanos, junto a «Tiriti» Osuna. Y de los más queridos y extrañados. Bienvenido, gracias periodismo deportivo querido por este momento, Alfredo «Gringo» Jaurena a «La Ley del Boxeo»:

«Buenos noches, un gusto. ¿Como andan? Nosotros en casa éramos doce, papa nunca nos dejó que falte un plato de comida, éramos pobres, y por ahí se ponía brava la cosa. El era embalador de Pindapoy, y mi mamá cuidaba la casa y de nosotros. Vivíamos ahí cerca. Éramos seis hermanos varones y cuatro mujeres. Los dos más grandes jugaban al fútbol, y los otros cuatro salimos boxeadores (sonríe con picardía)».

«La Ley del Boxeo» tenía un títere que si apretaba un botón salía un golpe. Misma situación con el otro botón. El muñeco se llamaba «El gringo», por él. Y ahora esta acá hablando con nosotros. La vida es un milagro…

«Yo jugaba al fútbol en Las Heras, después que me gusto mirar el Campeonato de Barrios en el Ferro y me metí en el gimnasio de Nicolás Camino, que fue mi entrenador. Me gustó mucho. Si volviera a nacer sería boxeador profesional de nuevo. Es muy lindo todas las cosas que te pasan. Conoces mucha gente, viajas, te sentís bien, ganas plata… (de vuelta sonríe)».

«En el gimnasio estaban todos. Bogado que me decía: «hace así, no hagas esto». «El Pato» Rojas, «Cococha» Narváez, «Carita» González, «El Hugo» Fernández, tantos pasaron por ahí que ya ni me acuerdo. Yo siempre trabajaba en la madera, me gustaba trabajar. Tener lo mío y poder darme mis gustos…».

«Luego, cuando me hice profesional, tenía mi equipo que me apoyaba. Mi técnico era Nicolás Camino, mi Profesor «Tote» Amengual, mi doctor de cabecera «Rodo» Saporiti, «El Tato» Olivieri mi manager, todo. Tenés que tener un grupo de alta competencia. Después esta tu parte, hacer caso, no fumar, no tomar, nunca te debes drogar. Descansaba bien, no tenía tiempo ni para joder. Había que entrenar tres horas de mañana y tres horas de tarde, las necesidades eran muchas. Correr veinte kilómetros, cross, pista, velocidad, resistencia. Para ser campeón argentino y sudamericano tenés que hacer muchas cosas y no podés joder».

«Con el tiempo de a poco fuimos haciendo la casa nuestra con materiales. Compraba bolsas de Portland y la hacíamos entre todos los hermanos los domingos, de a poquito. Yo conocí el agua caliente en Buenos Aires. Por ahí hacía un frío «marca cañón» y nos bañábamos con agua fría. Soy muy familiero, me gusta ir a pescar, cocinar en la parrilla, salir a a pasear. Todos nos queremos mucho, si».

«A mí me hacían pelear todas las semanas, capaz que iba a Salto o a Mocoreta a mirar y terminaba peleando. Porque llevaba gente y siempre estaba bien preparado. Al público le gustaba mi estilo: callejero, que vaya al frente. Yo te peleaba todo el round, volvía al rincón, ni me sentaba, tomaba un poco de agua y de nuevo salía con todo. A terminar la pelea lo más rápido posible. Cuanto menos estaba ahí arriba… mejor. Que mierda, yo a veces tenía un entrenamiento que capaz, que te agarraba el ring y te lo daba por la cabeza (nos reímos todos)». 

«El Gringo» tenía un buen par de bolas y una mandíbula que rebotaba todo lo que le tiraban. Hasta terminar «Colorado». La gente se paraba de la silla porque sus «mentes dementes» por el boxeo eran arrasadas por las altas emociones. «El Gringo» Jaurena fue el boxeador del pueblo.

«A mí no me daban la chance de pelear con «Pajarito» Hernández por el título argentino Welter Junior, y se la dan a Jorge Melián. Va Melian y le gana. Fa… Entonces me da la chance a mí, que lo había noqueado, y le gano de nuevo, ahí me consagro campeón argentino. Con Melian eran sangrientas. Nos dabas unos palos y con los palos nos dábamos (se ríe como un chico). Después salíamos a comer juntos. Nos reíamos. Pero arriba… él me quería sacar el pan a mí y yo le quería sacar el pan a él».

“El Gringo” Jaurena se iba a convertir en un ejemplo de lucha y de bondad. No solo para los pibes que quieren boxear. Sacaba lo mejor de él en las más desesperantes circunstancias. Por ahí se le doblaban las piernas, pero iba al frente. Le detonaban bombazos, pero absorbía, e iba. A la guerra sin cuartel.

«Ahí me voy a pelear por el título del mundo con Quartey. El que ganaba iba a pelear la unificación con De La Hoya, por medio millón de dólares en Las Vegas (Gano De La Hoya en decisión muy polémica, pero Quartey lo tiro y mal). Quartey no fue al pesaje ni tampoco a la conferencia de prensa. Ni vimos como se vendaba, nada. Cuando «chocamos guantes» me calzó un «galletazo» que me tiro. Me paré y tiré con todo, pero caí de nuevo y me la jugué, pero me ganó. Me fracturó el pómulo. No me cuidaron muy bien».

«Después le gane el sudamericano al brasileño Gilberto Carvalho. Pegaba fuerte, era muy bueno, pero le gane bien. Para ser campeón argentino y sudamericano no tenés que estar 10 puntos, tenés que estar 15. Si me ganaban, pedía la revancha enseguida, pensaba que había hecho mal y corregía. Si había hecho 15 km por día… corría 20. Sí, había hecho 15 rounds de guantes… hacia 20. Era así».

«Iba a cara descubierta, a corazón, con la gente que me gritaba: «Y pegue, y pegue, y pegue «Gringo» pegue…» Era como que le eches «nafta al fuego», me encendía. Terribles peleas contra Américo Pauloni, «El Tano» Ojeda, Faustino Barrios, Hugo Luero, todas me hicieron muy conocido. Yo quería que suene la campana y terminar con el show lo antes posible».

Tipos como «El Gringo» son quienes traen la gente al boxeo. Era muy fácil caer en la tentación de ser un fanático de él. Porque brindaba acción, y drama.

«Viví seis años en el Cenard, en el Centro Nacional de Alto Rendimiento. Entrenaba y trabajaba. Y hacía guantes en la Federación Argentina de Boxeo. Yo era el «alcahuete», el que tenía la llave de ahí. Abría a las seis de la mañana y los sacaba a correr a la pista o a Palermo. Por ahí tenía que ir a buscarlos al boliche a la madrugada, ponerle límites. Uno sabe cuando hay un «murmullo» dando vueltas de que se van a escapar (ja, ja, ja). Querían que me quede entrenando a los pibes, en otros lados también, pero no. Yo extrañaba Concordia, el rio, la playa, la pesca, la familia… ¡Como Concordia no hay!».

«Ando bien. Tengo mi mujer, mi familia. Mi oficina de trabajo en el Hospital Masvernat. Contento de que me hayan invitado. Para contar mi historia y que hay que hacer para tener estos dos títulos (esos que los conductores se colgaron en la foto). Mucho sacrificio. Pero es hermoso. Me gustaba entrenar, ahora estar en familia, laburar, pasear, comer bien (se agarra la panza y sonríe «El Gringo»)«.

«Te agradezco a vos, a «El Pelusa», y un saludo para todos los que me están escuchando (sonríe como una persona muy alegre y pura)«.

El Gringo es un tipo que no se preocupó demasiado por su situación, se ocupó que no es lo mismo. Trabajó alegremente en cambiar su destino. Solo el podía hacerlo. Tuvo una estima fuerte, confianza en sí mismo, y se «activó», pero con buena onda.

«El Gringo» tuvo decisiones orientados a ser un campeón de la vida. Estaba destinado al éxito. En ayudarse y ayudar a su familia, siempre con alegría. No se decía «no me animo», «yo no puedo», nadie me ayuda, o «largo todo». El hizo realidad sus sueños porque abrazó la vida sana, como un «niño a su juguete». Y se aferró a ella. Sin excusas, ni malas distracciones. Haciéndose cargo de su destino.

Es un ejemplo de lucha y de bondad. No únicamente para los pibes que quieren boxear, no. Habría que pasearlo por las Universidades del país, para que él les cuente su historia a los futuros profesionales. Así pueden aprender de él. Y no al revés. Que cuente como se logran los objetivos y disfrutando mucho la vida al mismo tiempo. ¡Acá tenemos a un modelo social! Alfredo Horacio «El Gringo» Jaurena… El que vivió en el Cenard y peleo por el título mundial, pero también el que no cambia a Concordia, «por nada del mundo»…

LA LEY DEL DEPORTE (JUEVES 20 HS MATRIX 94.9 Y WWW.RADIOMATRIX949.COM).

 

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