La cocaína se obtiene de una serie de procesos de refinación de la planta de coca. Queda un polvo blanco que muchas veces se corta con cafeína, talco, tiza, analgésicos, Portland, anfetaminas, etc. Normalmente, se la aspira por la nariz y viaja a través de los flujos sanguíneos hacia el cerebro. Y tiene unos potentes efectos estimulantes.
No se consume para dañar a las otras personas, aunque finalmente se lo haga. Se consume para buscar la regulación y el alivio de algún estado problemático, de manera fácil e inmediata. Y este tipo de sustancias, como la merca, nos prestan esta posibilidad. Al menos por solo un momento…
Las personas que hemos consumido sustancias psicoactivas solemos desestimar el efecto adverso de nuestros hábitos. Siempre intentamos justificar lo que sabemos nos hace mal y nos está arruinando la vida. Y hasta a veces hacemos apología, defendiendo el consumo. Por eso la mentira es tan frecuente en los adictos. Mentimos hasta por las dudas.
La cocaína produce efectos placenteros y por eso es tan adictiva. De lo contrario, nadie la consumiría. Misma situación con el alcohol, el tabaco, la metanfetamina, y otros consumos problemáticos. Hay regiones del cerebro que se excitan por estímulos como la comida, el sexo, y las drogas.
El ingreso de cocaína al cerebro aumenta los niveles de dopamina. Y es lo que nos causa esa euforia inicial. ¡No podemos creer que haya revoluciones en un mundo tan perfecto!
Es fácil perder el control del consumo de cocaína «si nos pega bien» y volvernos adictos. Con el tiempo la droga modifica la forma en que funciona nuestro cerebro. Cuando dejamos de consumirla, el cuerpo se confunde y comienza a sentirse ansioso, tenso, enfermo, lo que hace que la busques y sea muy difícil de dejar. Esto es lo que se conoce como adicción. Sentís que la «necesitás» como el pulmón necesita el aire.
Con el correr de la vida uno necesita más cocaína. Te empieza, siempre según el caso, a sangrar la nariz, tenés dolores de cabeza, desmayos, arcadas, delirios, nerviosismo, perdida del apetito, ansiedad extrema, temblores en la manos, desconexión con la realidad, disminución de todos los sentidos, paranoia, aislamiento, insomnio, accidentes cerebrovasculares o cardiovasculares…
Normalmente, las personas adictas a la cocaína hemos consumido progresivamente dosis más grandes o con más frecuencia para lograr ese estado de euforia inicial. Pero por lo general, esto no dura mucho. Por eso el drogadicto consume una y otra vez, en un intento de seguir sintiéndose «bien» o «scareface». Que no «se corte» el efecto.
Muchos somos capaces de hacer cualquier locura para conseguir más. Como mentir, manipular, robar, vender cosas a cualquier precio, estafar, secuestrar, torturar, y hasta matar…
Y no podemos dormir durante días, hasta el delirio, y para «bajar» apelamos al tabaco, alcohol, antidepresivos, tranquilizantes, y hasta comidas. La histeria y el nerviosismo es insoportable, como estar en una silla eléctrica, por eso buscamos más drogas. Hasta «detonar» y «quebrar».
Al ser expuesto repetidamente a la cocaína, el cerebro comienza a adaptarse a la misma, las vías de gratificación se vuelven menos sensibles a los placeres naturales, y a la droga en sí. Por lo tanto, los consumidores desarrollamos lo que se conoce como «tolerancia», que significa que necesitamos dosis cada vez mayores, o consumirla con más frecuencia para obtener el mismo placer que cuando recién «arrancamos «.
El cuerpo la aguanta y resiste más. Es menos permeable que en los inicios del consumo. Por esta razón, luego le entramos como «locos maníacos», «como sordo al timbre», o como «mosca a la mermelada». Nada es suficiente y nunca es demasiado… Y al tiempo buscamos cosas más fuertes y potentes.
Cuando decidís consumir cocaína pensás que lo haces una vez y listo. Al otro día te recatás… No se entera nadie, no le decís a nadie y guardas tu secreto en el «patio de tu cabeza». Pero el alivio a las angustias y a los malestares y tu algarabía es tan eficaz que probablemente la vuelvas a usar, cuando estés listo para «arrancar». Cuando se te pase el «mambo negro», reincidís, y todos te preguntarán por qué estás más duro que «zapato arriba del techo».
Si sos un tipo con problemas, «La Merca» te alivia inmediatamente. Pero vas a tener más problemas que soluciones, enseguida, ni hablar en el futuro. Si sos un tipo sin problemas puede ser que la pruebes, no te guste, y prefieras dejarla. No necesitas drogarte. Joya. No digo que no, pasa. Ampliaste «tu campo experimental» y ya fue. Pero muchísimas veces cambia tu vida para mal. Mejor no lo hagas. Es tremendamente destructiva y adictiva.
Como con su «efecto veneno» se termina la presión de tener que producir, de hacer dinero, de tener una casa, de mantener una familia, de comprar ropa, de conseguir para comer, de pagar impuestos, el alquiler, la luz, internet, seguro, y todas las cuotas sociales… La droga por un momento es una «anestesia» a la cabeza.
A veces, la presión de vivir dignamente es tan grande y difícil de lograr que se busca «sacudirse» con cocaína para «olvidarse de todo». Hay que decir que la cocaína es una anestesia al estrés y a tu malestar. Tóxica, enferma y muy negativa, una «inyección en patas de palo», porque no te cura, pero es una inyección al fin. Una «vacuna» que puede ser la previa a una muerte lenta y dolorosa.
Con las drogas nos acostumbramos a resolver los problemas de las que luego dependeremos más y más. Todas las sustancias psicoactivas traen consecuencias nocivas al organismo. Todas. Las drogas son «usureras». Te prestan algo, pero lo hacen a tremendas y abusivas tasas.
El registro de su efecto o el recuerdo de la euforia o solamente una referencia a la droga puede disparar un deseo incontrolable de consumirla y terminar en una recaída. El consumo de drogas es peligroso y puede causar daños irreparables para la salud. No es joda, así pasan las cosas. Es como vivir en «El Infierno de Dante» con la droga «gurises». Te cerrás y te abandonas a lo que te indica tu cabeza enferma. Que ya hace rato, que no hace otra cosa que traicionarte…