Miguel Ángel «El Zorro» Campanino nació en Santa Rosa, La Pampa, el 30 de noviembre de 1944. Es uno de los más grandes símbolos deportivos de esa ciudad. Era un chico solitario, bohemio, amante del tango, de los buenos libros, afecto a las canciones y las letras. Además de un fenómeno como boxeador.
Es un encanto ver su caminar sobre el ring. La izquierda inteligente, la derecha eficiente. Y el zorro que aparece y se esconde. Campanino está en la mesa chica de los más exquisitos de la historia del boxeo argentino: con Nicolino Loche, Gustavo Ballas, Federico Thompson y Sergio Martínez, entre otros.
Miguel terminó como amateur con un récord de 33-3. Y en el rubro profesional con la escalofriante cifra de 95-4. Fue campeón argentino de los Welter. Pero cuando esa palabra significaba mucho más que ahora. Antes para llegar a pelear por el cinturón nacional tenías que curtirte mucho y bien. Porque no existían los cinturones de «papel picado» como ahora…
En todas sus peleas mostraba elegancia, técnica, y espíritu de boxeo. También presentó una condición física excepcional. Limpio, perfecto sentido del tiempo y la distancia, golpes justos y claros. Movimientos armoniosos en defensa y en ataque. Manejaba con su cerebro de manera perfecta a todo su cuerpo. Cuando fue campeón, se lo consideró el más completo de todas las categorías.
Campanino debuta el 14 de julio de 1966 contra Jose Crisol en La Pampa. Un ortodoxo puro del boxeo académico y de una enorme caballerosidad con los ciento dos adversarios a los que enfrentó. Campanino, el del boxeo fino, el de la voz pausada y respetuosa, el que siendo un pibe se quedaba toda la tarde en el gimnasio mirando a los demás, hipnotizado por el boxeo, con el sueño de ser genio y figura.
Campanino engalanó los ring desde julio de 1966 hasta septiembre de 1978. Período en el que alcanzó el campeonato argentino de peso Welter un 11 de octubre del 74, ganándole a Juan Carlos Peralta en Santa Rosa.
El 12 de marzo de 1977 disputó el título del mundo, bien fogueado y maduro, ante el joven y tremendo pegador mexicano José Isidro «Pipino» Cuevas, de tan solo 19 años. Fue una pelea disputada en la Plaza de Toros del Distrito Federal Mexicano. Las expectativas estaban altas. Y las chances eran muchas.
Aquella noche, frente a «Pipino», el sueño de imponer ese boxeo clásico, ágil y ortodoxo, resultó insuficiente frente a un torbellino que siendo todo lo contrario lo alcanzó con dos golpes certeros hasta provocarle un nocaut tremendo. Fue una derrota lamentada porque Campanino era hombre del boxeo a quien todos admiraban y más querían. Argentina sintió los golpes de Cuevas.
Pipino rompió sin piedad en el primero. Le provoca la primera caída en sus 89 combates. Conmoción. Y consumó su destrucción en el segundo con otra bomba arriba. Esta vez no pudo batir la cuenta. Cinco minutos de sorpresa y dolor. La desilusión, y todo aquel relato de su coterráneo relator de boxeo Ricardo Arias…
Se dijo que la chance le llegó demasiado tarde. Que ya estaba muy gastado y ajado. Cuando peleó con Cuevas, «El “Zorro” llevaba ya once años peleando profesionalmente y tenía 32 años de edad. Puede ser. El mexicano, en cambio, solo 19 años y acumulaba 23 combates.
La historia muestra que Cuevas ganó porque detonó los misiles enseguida y no lo dejó recuperarse. Podría haber sido llevado «a la escuela del boxeo» por el pampeano, pero son solo conjeturas nomás.
Su sonrisa franca, ancha, de blancos dientes alineados, la cara limpia, el gesto cordial, las declaraciones respetuosas, la gratitud al boxeo, y la convicción absoluta a haberlo dado todo. Campanino tenía el boxeo alojado en su alma. El boxeo de los años dorados.
Hubo pocas izquierdas en jab tan prolijas y traumáticas como las de Miguel Ángel Campanino, quien aprendió a boxear con sus maestros: Oscar Tevez y Espinoza en La Pampa, para que luego su campaña adquiriera la trascendencia que daba el Luna Park, agregando a su equipo a Víctor Arnotén.
Primer secreto de todo gran boxeador ortodoxo: la destreza de la zurda para abrir todos los caminos. E inventiva para salir golpeando. Campanino hizo gala de todo el «manual científico». Golpes que siempre fueron acompañados por el movimiento de su torso. Sustentados fundamentalmente por la agilidad de sus piernas, siempre armoniosas, finamente anguladas, y con el apoyo justo para el desplazamiento y la descarga.
Fue un pugilista de público exquisito. Enfrentó y superó a grandes peleadores como Horacio Saldaño, Abel Cachazu, Esteban Osuna, y Mario Omar Guillotti, con quienes protagonizó extraordinarios duelos. Generando siempre fantásticos espectáculos de grandes noches llenas del Luna Park.
Miguel Ángel Campanino fue profesional durante 12 años, y se subió a un ring por última vez el 9 de septiembre de 1978 en el Estadio Luna Park, donde venció por puntos en 12 rounds a Ricardo Magallanes. Ganando por séptima vez el título argentino welter. Anunció su retiro formalmente el 7 de febrero de 1979.
Luego puso una Tanguería en Santa Rosa. Nada ya era igual. Andaba barrigón y trasnochado. Pudo relajarse y disfrutar de otros «vivires y decires». Compartir las mesas con sus amigos. Dos vidas hermosas pero incompatibles en el momento de su apogeo. Pero super merecida tras su retiro. Tenía todo el derecho del mundo. El hombre se lo había ganado tras toda una vida de sacrificios y prohibiciones. Muchos otros salen a festejar, antes de haberle ganado a alguien…
El 30 de abril del 2018 muere a los 73 años de edad «El Último Romántico» de la Era dorada del Luna Park de Buenos Aires. Lector, tanguero, amiguero y boxeador. Una parte de su cerebro había dado por concluida su vida. Ya enfrentaba a un rival alemán fantasmagórico, al parecer imbatible, y que está haciendo estragos últimamente. Se llama Alzheimer…
LA LEY DEL DEPORTE (MATRIX 94.9)