Ernesto Cherquis Bialo, recuerda con asombrosa exactitud cada uno de los célebres combates de la historia del boxeo argentino que le tocó presenciar en sus coberturas. Una prueba: los capítulos por él firmados en el extraordinario libro de relatos 100 años de boxeo argentino en 12 combates legendarios (allí comparte autoría con los periodistas especializados Diego Morilla y Carlos Irusta) son relatos precisos, vívidos y en muchos casos, emocionantes de 12 “peleas” que conforman una identidad propia de la cultura popular argentina.
Cherquis Bialo es un storyteller. Alguien que vio pasar, en vivo y en directo, delante de sus ojos, buena parte de la mejor historia deportiva del siglo XX y lo que va del XXI: Pelé, Diego Maradona, Muhammad Alí, Bobby Fischer, Lionel Messi. La lista podría continuar un buen párrafo más.
La lista de los 12 grandes combates en un siglo de historia del boxeo argentino elegidos para el libro incluye: Firpo-Dempsey (cuando todo era nada, 1923); Suárez-Mocoroa (en la cancha de River lo que da una idea de la multitud convocada, 1930); el superclásico Gatica Prada (1947, la noche de las “dos potencias se saludan” dicho por el «Mono» al entonces presidente Perón); Pascual Pérez-Yoshio Shirai (con victoria de “Pascualito”, el primer argentino campeón del mundo, 1954); Locche-Fuji (”un joya del boxeo», define Cherquis, Tokio, 1968); Bonavena-Ali (79.3 puntos de rating para la transmisión de Canal 13, 1970); Víctor Galíndez-Richie Kates (el día de la muerte de Bonavena en Nevada, 1976); Monzón-Valdez II (última pelea del mayor campeón del mundo argentino, 1976); Castro-Jackson (definida a favor de “Roña” con una de las piñas más grandes de la historia, 1994); Marcela Acuña-Christy Martin (señalada por Carlos Irusta como “el comienzo del boxeo femenino en Argentina”, 1997); Sergio Martínez-Julio César Chávez Jr. (cuando se acuñó la frase del habla popular “Salí de ahí, Maravilla” pronunciado por el relator televisivo Walter Nelson, 2012); Maidana-Mayweather (la noche del alfajor Jorgito en la transmisión global, 2014).
Cada episodio tiene un antes, uno durante y un después, magníficamente narrados por el autor de turno. Quienes no conozcan de qué se trató en cada caso, viajan en tiempo y espacio hacia el momento en que los dos tipos subían al ring y primero se estudiaban, después se enfrentaban y por último, por uno u otro medio (la “razón” el puntaje; la “fuerza” un knockout), había un vencedor. Muchas de las historias contadas tienen final feliz, es decir: ganó el argentino. Pero no siempre fue así y he ahí también, la magia del boxeo. Derrotas (la de Firpo, la de Bonavena, la de Maidana y la de Acuña) que dejaron una marca en la memoria popular que acompaña a esta pasión.
La sabiduría de Cherquis Bialo bien puede guiar al eventual lector que no conoce en profundidad esta historia, la del boxeo argentino y por qué se celebra su día cada 13 de septiembre. Hace un siglo, cuando todo era nada. Bialo cuenta los episodios del libro y se apasiona, le gusta, es, en definitiva y como se considera él, un contador de historias:
“Firpo era un gaucho de Junín que entrenaba empíricamente un deporte prohibido. El Estado argentino no reconocía el boxeo, que estaba en pleno auge en los Estados Unidos. Firpo era un hombre de buena posición económica, fuerte, bien alimentado. Pero boxeaba en clandestinidad, por eso no hay registro de una pelea de él en Buenos Aires. Y dadas sus condiciones y las recomendaciones, lo invitaron a pelear en Estados Unidos. El anunciador del Polo Grounds de Nueva York, esa noche, ante 92 mil personas, presentó la pelea… Jack Dempsey era el matador de Manassa, que era su pueblo. Claro. Y entonces Luis Ángel Firpo era… El toro salvaje de las pampas. La Argentina quedó paralizada aunque no había todavía idea acabada de la representatividad, pero era la idea de la lejanía de un argentino del campo contra ese monstruo del boxeo mundial: 92 mil estadounidenses y el argentino solo ahí, en el ring”.
«El boxeo ejerce esta particular fascinación en la gente y en especial entre los escritores, los intelectuales, no sé, pienso en Julio Cortázar, en Norman Mailer, en Miles Davis… Un espectáculo ciertamente brutal, dos tipos agarrándose a trompadas porque los boxeadores tienen una historia detrás siempre. Duendes que pueden contar los sueños, la frustración, los triunfos, algunas derrotas. Son llevados en andas, se los ve sonrientes, pero también se los ve sufrir y después continuar la vida. Y luego se cierra la parábola. Y vuelven al lugar del que partieron, pero ya pasaron por la gloria. Lo que pasa es que muy pocos supieron que estaban en la gloria. Creyeron que la gloria formaba parte de la eternidad, que es una tentación. Y es muy difícil explicárselo. Porque cuando ellos alcanzan la gloria, viniendo del lugar de donde vienen, creen que ese momento habrá de eternizarse. Y la gloria es tan pasajera como los triunfos, pero es muy difícil explicárselo. Porque en el medio está la vida».
«Antes, claramente, teníamos proximidad con el boxeador. Y eso generaba, o generó en los cuatro casos, rispideces convivenciales. Pero aquello era participar de la corrida de la mañana, ir al gimnasio, cenar con ellos, ajustarse al menú, acompañarlos, cantar, recitar, entretenerlos, contarles historias. Y eso hacía que el protagonista dijera: “este es este amigo mío”. A veces no entendían luego, que en la crónica, se los pudiera criticar o marcar un error. Pero después se reconciliaban porque eran muy nobles. El boxeador es muy noble. Es el único tipo que no vive quejándose al árbitro, no llora los fallos injustos, respeta siempre al rival. Es una maravilla».
«Monzón fue el más grande campeón mundial que dio la Argentina, para mí, sí. Incluso por encima de todos los otros nombres que están en el libro. El capítulo de la última pelea de Monzón tiene una carga dramática muy grande. Muy complejo, Monzón. Él nació sobre un piso de barro apisonado, un 7 de agosto, pleno invierno. Literalmente, nació en la tierra, una comadre asistió a su mamá. El papá estaba en un boliche, en pedo, esperando que llegue un tren para hacer una changa. Y los hermanos, en la promiscuidad de aquella casita. Con un carrito arrancaron para el centro de Santa Fe. Imagínese de qué estamos hablando. Y en Santa Fe, una ciudad con más posibilidades, más gente, más dinero, más tentaciones. Y con el desafío de ganarse el morfi diario, de vender diarios, hasta lustrar zapatos…».
«En 1976 escribí un libro sobre él, publicado por Editorial Atlántida, titulado Mi verdadera vida. Cazaban y pescaban para comer. De ahí a verlo al lado de Alain Delon, Jean-Louis Trintignant y la princesa de Mónaco… Veo la Torre Eiffel, veo el glamour y pienso que se trata del mismo tipo. Esas son las historias que a mí me importa contar. Después, el boxeador inalcanzable, el tipo inteligente, frío, que dominaba la emoción porque no veía un rival, veía un enemigo. Cuando empezaron a ser rivales y dejaron de ser enemigos, dejó de ser el que era. Y en esa circunstancias, que haya matado lo que más quería, es porque ese instinto animal de una vida tan dura, con semejantes altos y bajos, lo dominó. Él era una persona con más instinto que razonabilidad. La vida le había impuesto que actuara con el instinto para sobrevivir y luego para boxear y ganar».