El invitado de hoy nació en Garupá, provincia de Misiones. Muy cerca de Posadas. Entre montes y yerbatales. Es bien fácil darse cuenta de que es descendiente de indios. De los argentinos autóctonos. No de los argentinos descendientes de blancos o de negros. De los marrones. De los que habitan esta tierra desde hace miles de años. Los argentinos nativos. No sé si imaginas como luce el hombre de la historia de hoy. «El Viejo Soriano» …
Lo que primero se instala en Garupá fue la Estación de Tren. El padre era Ferroviario y la mamá los abandonó cuando eran muy chicos. Cuando lo trasladan a Concordia siempre escuchaba historias de este boxeador, de aquel. Imagínense que los años 70 fueron los «Años Dorados del Boxeo Argentino». A nivel internacional brillaba Monzón, Loche, Galindez, y Bonavena. Eran temas de rutina hablar de este o de aquel campeón mundial. Se los recitaba de memoria como a los equipos de futbol…
El escuchaba y preguntaba por este boxeador, por aquella pelea. Con esa cara de malo que tiene. Se ríe cuando algo es gracioso. Pero se rié como un chico cuando le «quebras la guardia». «El Profe» le mandó un mensaje de voz a quién esto escribe que decía así: «Lobito»: como me haces c… de risa. Qué barbaridad con vos…». Aparte tiene un corazón gigante. ¿Cómo haces para dedicar todos los días del año durante toda tu vida a una profesión tan difícil y sacrificada? Con tantas necesidades propias y ajenas… Tenes que amar lo que haces. Y sentir que es muy importante para vos y para la sociedad. Sin ese «motorcito» hace rato que hubiese «metido violín en bolso». A él le gusta enseñar y educar a los gurises. Y lo hace muy bien. Bienvenido Victoriano Fernández, o “Soriano”, a “La Ley del Boxeo”:
“Lobito querido. Como estás vos. Me vine y me crie en Concordia. Éramos siete hermanos. En Ricardo Rojas y Humberto Primo, barrio Centenario. Pero mi mama nos había abandonado con mi hermano mayor, cuando yo tenía cinco, entonces nos volvemos a Posadas a los trece. Yo un dia agarro y me voy a vivir a La Plata, a los catorce años. Quería conocer a mi madre. Necesitaba verla, escucharla, sentirla, y entenderla. A la gran nada. Ni un teléfono tenía. A los tres meses la encuentro de terco nomás. Y me quedo muchos años en el conurbano bonaerense”.
“Entrene en el gimnasio de “El Flaco” Laneve, gimnasio chico, pero tenía todo. Nadie tenía elementos en esa época. Con “El Loro” Rodríguez. Después nos fuimos al club español con el profesor Dantonio. Fui al Municipal donde estaba “Banana” Enrique, “Pancho” Segovia, y nos cagabamos a palo con “El Cabezón” Alasina, ese que ahora es arbitro”.
“Entrenaba boxeo como se entrenaba en aquella época. En piezas de dos por dos donde se daban con todo. En garajes o baldíos de la zona. No había médicos deportologos, nutricionistas ni preparadores físicos, no existía nada de eso. Se funcionaba a pura pasión y sueños. Lo único que necesitabas era tener hambre, en cualquiera de sus variantes… Y transpirar «como chorizo en la aguantera». En un gimnasio de boxeo se va a transpirar y muchas veces sufrir”.
“Cometía errores porque no sabía muchas técnicas y estrategias para mejorar la capacidad del boxeador. Siempre necesitaba aprender y escuchar. No fui un boxeador, pero eso no me inhabilitó para ser un buen técnico. Son dos profesiones diferentes. Que precisan herramientas que salen desde otras cajas de herramientas. ¡Saltar a la soga no te da dotes para convencer, enseñar, y contener a los gurises! Yo siempre los amanse. Logré que me respeten. Mira que me han hecho pasar cada cosa…”.
“Amé siempre el boxeo. Leía la revista El Grafico de punta a punta. Y todavía lo quiero, lo miro y mucho. Lo vi pelear a «El Flaco» Nieva, a “Sandunga” Quintana, a Ramírez, a Leandro Vilche, a Bogado, a Osuna. A todos. Y Empecé a entrenar en el fondo de mi casa de Moulins y La Paz. Fui entrenador de casualidad. Lo entrene al “Cabezón» Alasina para pelear con “Pulgarcito” Salazar, pero al final nunca se hizo. Luego vino Lorenzo “Garrafa” Vega, “Rocky” Loreto, y así empecé con mi carrera de entrenador”.
“Yo enviude de muy joven, tenía treinta y seis años. Mi mujer se enfermó de cáncer de útero, estuvo dos años muy mal, hubo mala praxis, yo yendo y viniendo a Parana para verla, y con mis tres hijos chiquitos. El más grande tenía trece y los mellizos nueve, algo así. Ahí «mordí la banquina», no me importaba mi vida un carajo, chupaba, me puse pendenciero, mi hermano me dijo para ayudarme con ellos y llevárselos, pero no, eran mi único sostén. Porque sin ellos… A mí no me importaba más nada mi vida. Por suerte, y gracias a ellos y al boxeo, pude salir. Después te das cuenta que la mala vida es peor todavía que el mismo sufrimiento”.
“Ahí cae “Pulgarcito” Zalazar, que tenía tres peleas profesionales con Camino. Luego el ex campeón argentino Diego «El Rako» Jaurena, que era mi ayudante en pintura para la construcción, lo veia rápido corriendo, bailando, le digo vos tenes que boxear como tu hermano, era chico, tenía quince años. Lo tuve de pupilo a Sergio «Piltrafa» Sánchez, a Gustavo «El Perrito» Vittori, a «Tin Tin» Ruiz, a «El Picante» Bermúdez… Estuve en la esquina del ex campeón argentino y sudamericano Alfredo «El Gringo» Jaurena, en la de Remigio Molina Y de miles de chicos que encuentran en el gimnasio de boxeo un santuario que los contiene y encamina de tanta desesperanza que hay en la calle”.
“Entrené con Mario Salvaterra durante muchos años, más de veinte. Abrimos y cerramos unos cuantos gimnasios. Enfrente de la Plaza de la Facultad, en la Estación Norte, en el club Ferrocarril, en el Parque Ferré, en lo del Lucho Román, en Humberto Primo y San Lorenzo, y en otros refugios de Concordia. Y actualmente en el Gimnasio Municipal”.
“Gracias al boxeo conocí Estados Unidos con un pupilo, y tuve la suerte de conocer a entrenadores muy famosos como Freddie Roach, Abel Sánchez, Miguel Díaz, y a Robert García, entre otros”.
“He sido, y aún lo sigo siendo, pintor. En casa me podés encontrar haciendo jardinería o cocinando para mi familia o amigos. Me gusta, pregunto, soy curioso. «Lobito», nosotros «Los Negros» … Tenemos que preguntar y aprender de los conocimientos de los blancos”.
“Le tengo cariño a los gurises. Me hace bien ir al gimnasio. Tengo historias para hacer varios libros con pobres con guantes, boxeadores malos, buenos, y muy buenos… A pesar de algunos dolores de cabeza que me dieron (se ríe) … Los gurises son buenos. Tienen muchos problemas allá afuera. Yo siempre les abro las puertas y le doy una oportunidad para que entrenen, se sientan bien, y puedan compartir entre ellos de un espacio saludable. También damos boxeo recreativo, a gurises que son más del centro. Así los del barrio pueden aprender de los del centro, y al revés”.
“Los gurises necesitan «como buche en el desierto» un mentor. Un amigo que quiere una vida sana y de bienestar para ellos. Ellos primero te miden… a ver qué haces. Yo siempre “les llegué”. Saben que los quiero ver bien, deja de joder acá, que tenes que ir a decirle esto, aquello. Uno los habla mucho. Los “gurises” creen mucho en uno. Yo se medio todo de mis pupilos, y por eso o a pesar de eso, los quiero y mucho. Me pongo siempre en su lugar. He visto tanta pobreza en la casa de los gurises. Pasan cada cosas En ranchos de paja y chapa, durmiendo sobre cajones de madera. Por eso son tan sufridos, algunos resentidos, o malditos. Fueron condenados sin cometer un pecado… A vivir en la total miseria”.
La Ley del Boxeo gusta de verlo, intercambiar frases tranquilas, pausadamente, algún cuento, y darse muchos saludos y desearse éxitos para el próximo desafío. No tenemos mucho en común. Tenemos personalidades diferentes. Eso me atrae. Uno aprende de él y su serenidad para conversar. Dame a Víctor, yo te doy a los «Sabios de Barro», que son los primeros que “se deshacen cuando viene la tormenta”.
Este es un negro sin títulos y bien serio. Medio seco. Yo conozco muchos simpaticones, con títulos, y muy ricos. Pero bien secos en valores. Los cortas al medio y encontras mentiras y miserias, nada más.
Hoy Victoriano Fernández está todavía ahí, en el Gimnasio Municipal de Concordia. Es la voz correcta que te impulsa a mejorarte, a creer en vos, y que te acompaña en tu camino al objetivo. Te entrena, aconseja, guía, quiere, y valora. «El Viejo» comparte su vida con el otro. No tiene desperdicio. Siempre está con muchos boxeadores aficionados alrededor practicando, escuchando, y «gastándolo».
Y con su hijo «El Washy» que es su ayudante y sucesor. Todos movidos por nuevas y lindas metas en conjunto. Trabajando a pleno en el mismo lugar de siempre. Pero también siempre, con desafíos diferentes…
LA LEY DEL DEPORTE