FEDERICO "LOBO" MULLER

EL FÚTBOL (CONSEJO DE PREVENCIÓN DE ADICCIONES CONCORDIA)

El famoso psiquiatra Enrique Pichón Riviere paso toda su vida penetrando los misterios humanos y ayudando a abrir «las jaulas» de la incomunicación. Y en el fútbol encontró un gran aliado. Allá por los años cuarenta, Pichón Riviere organizó un equipo de fútbol con sus pacientes del manicomio.

Y «Los Locos» eran imbatibles en las canchas del litoral argentino, que practicaban jugando a la pelota, la mejor terapia de sociabilización que había. El psiquiatra decía que la estrategia del equipo de fútbol era una tarea prioritaria para sus jugadores, el además era el entrenador y el goleador de aquel memorable cuadro. Sabía, convencido, que el futbol los hacía crecer, tanto como personas como grupo social.

Más de medio siglo después, los seres humanos estamos más o menos todos locos. Aunque casi todos vivimos, por razones de espacio, fuera de los manicomios. Pero el fútbol te amansa y mucho esa «locura». Y hasta la cura.

La felicidad la buscamos todas las personas que caminamos el planeta. No conozco a nadie que ande pidiendo, gorro en mano, tipo linyera, un poco de infelicidad, demencia, soledad, o enfermedad. Sentirnos contentos, con metas, desafíos, a gusto con nosotros mismos, realizados en nuestros proyectos, jugando, y entre buenos amigos, es lo más hermoso que hay. Por eso el deporte en equipo es tan lindo y, el futbol, jugado por todo el mundo.

El futbol ayuda a bajar la presión arterial y el colesterol. Fortalece los músculos y aumenta la resistencia física. Estimula la coordinación motora mejorando el equilibrio, la fuerza y la buena postura corporal. Además, ayuda a oxigenar la sangre y aumenta la capacidad cardiovascular.

El fútbol es una fuerza beneficiosa por la alegría que proporciona, pero además promueve la inclusión y el desarrollo mediante la colaboración más estrecha que se da entre los jugadores y sus familias. 

Ser jugador de fútbol es, tal vez, la ilusión recurrente de la mayoría de los niños, apenas ensayan los primeros pasos. Caminar, correr, jugar, y patear pelotas por los aires. La «bala blanca» es una amiga inseparable: es para todos y no tiene fecha de vencimiento, ni siquiera certificado de jubilación. Con el avance de la medicina, con la expectativa de vida más allá de los 70 años, los adultos que escapan de la rutina de los últimos años laborales, corren, sudan, le pegan al balón con alma y vida, como en aquellos buenos viejos tiempos. 

Siguen jugando con la emoción del primer día, con la misma adrenalina, y con la misma pasión. Es el club de los 50: un veterano furor por jugar al fútbol todas las semanas. Aunque sea a deambular por el medio de la cancha. Al futbolero no lo retirás así nomás…

El mundo sin los clubes, de los amigos, las escuelas, y la familia se puede volver un lugar aterrador. Frío, gris, pobre, violento, feo, y desolador. En un club, jugando en este caso al futbol, se nos «enciende la llama» de entrenar, de jugar, de reír, de viajar, competir y pertenecer.

El equipo es lo más. Por eso en todo grupo se pregona más la palabra «nosotros» y menos la «yo». Porque el bienestar del grupo tiene que prevalecer por sobre el bienestar personal.

En un equipo aprendemos a tirar todos para el mismo lado, a ser compañeros, a ser generosos, tolerantes, flexibles, empáticos, resilientes, hambrientos, y a brindar y recibir afecto.

Hoy, lamentablemente, muchos no pueden jugar, en el centro están desalojados por los automóviles, arrinconados por la violencia, condenados al aislamiento de las redes, apilados en selvas de cemento, y cada vez más solos. Tenemos cada vez menos espacios de encuentros, y menos tiempo para encontrarnos.

En las grandes ciudades el cemento ha cubierto los campitos y baldíos donde cualquiera podía armar un «picado de futbol», y en cualquier momento. Y el trabajo muchas veces nos ha devorado el tiempo de juego.

Tristemente, mucha gente ya no juega, sino que ve jugar a otros desde el televisor o la computadora. Y los que juegan son unos privilegiados que están muy bien contenidos de toda esa vida desalentadora.

El fútbol es un espectáculo para las masas. Y así como en el carnaval hay quienes se lanzan a bailar a la calle, también en el fútbol no faltan quienes se hacen protagonistas jugando a la pelota. Por pura alegría, nomás, y deseos de vida sana.

Los chicos, los amigos del barrio, de la fábrica, de la oficina o la universidad, tratan de arreglárselas por lo menos una vez por semana para divertirse con la pelota.

Hasta terminar cayendo agotados y con la «bandera blanca de la paz». Y luego, vencedores y vencidos, beben refrescos juntos, cuentan anécdotas de partidos, y hasta a veces comparten una buena comilona en un plácido
«tercer tiempo».

Y ahora, por suerte, también las mujeres participan y meten sus propios goles. Aunque, en general, la tradición machista, las mantuvo exiliadas de estas fiestas, de la comunicación y la salud.

La clave para seguir con el futbol es tener convencimiento de porque jugás, entrenar, poseer buenos valores, tener conductas sanas, pero lo más importante en el futbol y en la vida… es ser humilde, saber escuchar a los líderes positivos, a los jugadores más experimentados, al cuerpo técnico … Cuando uno cree que ya lo sabe casi todo, o que lo están «agreteando», o que se prejuzga que no lo quieren sin preguntar y hablar… es ahí donde caemos en los graves errores, como ponernos soberbios, no recibir límites, no escuchar, dejar el futbol y perdernos en este mundo, que a muchos les resulta cruel y de terror.

No dejen de jugar, no dejen de aprender y preguntar. Sean humildes y permítanse recibir sugerencias, consejos, críticas y no solamente elogios de «los amigos del campeón». Muchas veces las criticas ayudan y los elogios camuflan. Que eso solo los va a marear y hacerles muy mal.

La humildad es lo que nos hará grande toda la vida, para la eternidad, y lograremos cierta inmortalidad. En cambio, la soberbia nos hará grande, solo un «rato» nada más.

CONSEJO DE PREVENCIÓN DE CONSUMOS PROBLEMÁTICOS

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