Sebastián Jorgi nació en Lanús, provincia de Buenos Aires, en 1942. Era Periodista Deportivo de La Nación. No lo podríamos llamar colega. Sería rebajarlo demasiado y faltarle un poco el respeto. Es muchísimo más que eso, es Licenciado en Periodismo y Profesor de Literatura. Más aún. Gran Novelista y Cuentista. Es un fenómeno. Sus lecturas no tienen desperdicio.
Este cuento habla de un bar, de un barrio, de una ciudad, que no podría haberse escrito por otra persona que no la haya vivido y mucho. Como Jorgi. Los invito a instalarse, aunque sea imaginariamente, en la Buenos Aires profunda, en un barrio bravo, sentarse en un «Café», para disfrutar y mucho la lectura…
¿Vos lo viste jugar a Martino?
No vendrá. Te dejó de «seña» en la parada de colectivo, con ganas de decirle a esos que te miran desde la ventana del café: «¡Que les importa!». Pero la cosa es así. Pensas que el amor es como tirarle la manga a la vida o al destino. Ayer había algo extraño en sus ojos, una premonición, una advertencia. Hace un mes que la conoces y tanta «milonga». Seguro que le habrá pasado algo o la vieja le tiro la bronca o se demoró. Anda a saber. No te resignás y pensas que en unos segundos ella doblará la esquina con ese saquito azul y una sonrisa grande como el sol y abrazará fuerte tu «cuore» con un: «hola mi amor». Hola, y entonces caminarás con ella mirando las baldosas, te contará esto y lo otro, mientras tu mente carburara como fajarle un beso…
Ambos dirán: no me vas a dejar nunca, mientras la luna desparrama su luz sobre Pompeya. Le propondrás para el sábado una película que ella elegirá o ir al Unidos a bailar y comer una pizza. Enloquecerá de contenta y dirá te quiero para siempre, aunque a papa y a mama todavía no les caigas bien. No le preguntarás el motivo, aunque responderá: entre mamá y papá las cosas no andan bien. Seguramente no vendrá. Estas viendo esa risita burlona de la gorda. Ella los vio «acaramelados» todo este tiempo. Aunque dudes de que venga, no te convencés. Y la seguís esperando. Y si viene no le recriminarás como otras veces, lo que dijo su padre: Nena, sos muy joven todavía, espera un tiempo. No insistirás esta vez con que el padre exagera y que la madre es una sometida, para no contrariarla. No le discutirás.
El tiempo de la espera ha pasado de largo. Mañana puede ser nunca y lo sabes. Hoy ella tendría que llegar con su pelo largo «acariciando» la mirada de los muchachos del café, los que te «fichan» con cierta comprensión. No pensas que hoy es lo mismo que ayer. Te sentas a tomar un cortado, mirando hacia la calle a través de la ventana. Don Carlos se acercará y le contarás todo, porque el adivinó de que se trata y te dirá: ya se pibe, ella no vino. Necesitarás que te escuche. Mientras tomas una ginebra, el te aconsejará: bebida blanca no pibe, mejor tomate un «feca». Te aburrirá un poco con los jugadores del 40 y te preguntará: ¿vos lo viste jugar a Martino?.
Jugadores de «fobal» eran los de antes. Y entre otras cosas, hablará de su experiencia y vos le hablarás solo de ella, y el te escuchará con atención mientras vos vayas por la cuarta ginebra. Interrumpirá tu llorisqueo preguntándote si viste jugar a San Lorenzo el domingo y por que no jugas al billar con los muchachos. La luna te contestará que ella no vino y mientras Don Carlos cuenta el famoso gol que hizo Martino en la final contra Boca en la «Bombonera» en el 46, volverás a mirar a la ventana que es y será una pintura gris con la luna seca, como ese foco sucio y gastado de la esquina. Luego se presentará «El Fino» a la mesa y te invitará al billar para más tarde. Pero vos seguirás «carpeteando» la ventana, mientras «El Fino» le dirá a Don Carlos que «Coco» Rossi es un fenómeno y él responderá que Pontoni y Martino fueron grandes pisadores de pelota. De vez en cuando te consolarán diciendo que quizás mañana venga y diga que estuvo enferma. Entonces vos le vas a gritar que El Flaco la vio en el 115 cuando se lo tomaba en Retiro.
El tiempo ha cambiado de semana. Parece que fue ayer cuando ella no vino. Se había despedido con un beso dulce. Ella había dicho que te quería tanto y que mamá había comprendido que a vos te gusta la contabilidad y por eso estudias comercial. Esto se lo contaste mil veces a Don Carlos. Ella te había mostrado su libreta de ahorros y mañana ibas a sacarte una para vos, mejor dicho para los dos. Estás otra vez en la parada del colectivo. En un rato entrarás al boliche para escuchar a Don Carlos: divertite pibe, míralo al Fino o al Flaco, van al baile. Olvidala, no es para vos. No te dirá, como los otros, que ella anda de «filo» y que la vieron en el cine el sábado pasado.
Don Carlos te transportará al mundo del fútbol, para contarte alguna gambeta de Martino y, cuando vea tu cara tristona, te dirá que la vida empieza cuando vos pensas que termina y conocerás a otra piba y a otra… y un día te casarás y cuando queres acordar sos padre. Lo tuyo pibe, es algo chico, añillos de humo que se pierden o se desfiguran. El dolor también pasa. Y le dirás sintiéndote comprendido: usted es un poeta, Don Carlos. Poeta fue Moreno o El Chueco, responderá y preguntará ¿vos no viste jugar a Martino? También te aconsejará de que no largues el estudio como tu viejo, pero vos…
No importa que te quedarás libre en la escuela por la cantidad de faltas, y tampoco importa que el sábado no fueras a la farra, que organizó Don Carlos para todos los muchachos del Café. Estarás en la Pizzería, cerquita del cine, para «campanear». En una de esas, ella entrará sola y con el alboroto de las Pizzas que van y vienen, le «chamuyarás» que la queres para toda la vida, igual que la otra semana. Ella te volverá a contar el problema que tuvo con el padre. Intentó pegarle a mama cuando estaba en curda. Porque papa toma, sabes, Cachito. Confesará que la madre le dijo: estás loca desde que conociste a ese vago que no trabaja, entonces prometerás ponerte a buscar laburo.
Lo que no te imaginas es que tu vieja le prendio una velita a la virgen de Pompeya y que rezaba por su «Cachito» mientras vos dormias. Ella te tapo porque de tanto dar vueltas en la cama, se había deslizado la frasada. Soñas que llegará algún dia a la esquina del boliche por algún truco del mago Diós y que le contarás a Don Carlos: vio Don Carlos, ella vino, y el te reprochará: no fumes tanto, pibe, además la bebida blanca hace daño, dejala. Daña tanto como el recuerdo.
Así que San Lorenzo jugo bien el domingo, bueno me alegro. Hola Fino, que tal Don Carlos, que decís Cachito, y acá andamos. Si están hablando cosas particulares, me hago humo, les dirás. No, quédate, vos sabes, conocí una piba fenómena, en Congreso, dirá El Fino. Vos no contestarás nada. Ni siquiera cuando Pirolo diga que el Flaco vio a tu piba el sábado a la salida del cine. Sabes que es mentira porque estuviste ahí, si vas todos los sábados, hasta pateas los domingos el trocen y los cines de Lavalle.
Te quedás mirando la taza vacia del café, tan vacia como tu alma sin ella. Don Carlos te repetirá como ayer, como siempre, que sigas el consejo de uno que fue «otario» y que se hizo «vivo» recién de viejo. Y que la olvides porque no te puede ver con el alma joven pero estropeada, por eso tan lindo y tan filoso que llaman amor.
Seguramente caerá Pirolo y se armará un truco. Tus pensamientos volarán cuando el Flaco diga envido y vos no cantarás nada y al final que hacés, te gritará el Flaco tirando el ancho de espadas sobre la mesa. Pirolo preguntará quien lleva a Cachito, porque tendrás una terrible «curda».
Ahora estas en Retiro y ella no aparece. No sabes ya que pensar. El Fino dijo que la encontró como a las cuatro de la madrugada del otro lado del puente. Debió confundirse. ¡A esas horas! El Fino inventa para hacerte chivar. Debió haber dejado el laburo porque ni rastros de ella, hasta le preguntaste a la gorda que viaja en el 115 y tampoco la vio más.
Parece mentira que ya hayan pasado seis meses y todos la vean menos vos. El Fino, Pirolo y El Flaco siempre se la encuentran. Dentro de un rato estarás en el boliche de Don Carlos que repetirá: lo que pasa es que ustedes no vieron jugar a Martino ni a Pedernera. ¡Que me vienen con estos! ¡No saben patear ni un penal!.
Mientras vas pensando en lo que te dijo El Flaco aquella vez, que la vio como a las cuatro de la madrugada del otro lado del puente. ¡Que raro! Vos sabes que ella vive cerca de Riestra pero ni idea cual es bien la casa. Estás de nuevo en el boliche como si el tiempo no hubiera pasado. Don Carlos caerá en cualquier momento. Cuando lleguen El Fino y El Flaco te dirán que Pirolo consiguió una mina para «fifar» entre todos, en el galpón grande, ahí cerca del Riachuelo. Te invitarán pero vos no le harás ni caso.
Don Carlos te insinuará que vayas, vos te negarás a ir al galpón como aquella vez que fueron El Fino y Pirolo. Don Carlos te reprochará tu cobardía diciéndote que la bebida blanca daña mucho más que una mujer, te gritará que si sos hombre tenes que demostrarlo y divertirte y que su recuerdo te jode porque es una irrealidad, que la vida para vos recién empieza.
Seguís mirando hacia afuera, aunque ya no sentís ese amor de hace unos meses. «Junás» con disimulo la ventana para que los muchachos no se den cuenta. No compartirás la opinión de Don Carlos de que Sanfilippo es un jugador oportuno. Para vos es un crack y debió ser tan bueno como Martino y que los pibes de ahora no saben nada de fobal, mientras sorbe su café. Te pedirá disculpas por haberse metido en tus sentimientos y confesará que solo busca tu bien. Vos lo conformarás prometiéndole que irás al galpón con El Fino y Pirolo cuando se presente otra oportunidad.
No le dirás a ninguno de los muchachos que la viste bailando en el Unidos con «media humanidad», porque ya casi no hablás más de ella. No les diras que te rechazó «de lleno» porque casi ni te reconoció cuando la saludaste. El Pirolo te dira que la vieron en Vicente Lopez, en una milonga por la calle Boedo. Vos le contestarás que no es verdad, que la habrán confundido con otra. Ni los muchachos ni Don Carlos te insistirán con el tema y, poco a poco, dejarán de «batirte» que la vieron aquí y allá porque ya ni te importa.
Tampoco sabrán que la del pelo cortito es ella , incluso vos te convencés de que nadie la reconoció, como te negaste a reconocerla cuando te mandaste solo al galpón. Que no es la misma, aunque ella te entusiasmó más que la otra. Y sonreirás cuando Don Carlos te vuelva a decir: «viste, pibe, que la olvidaste, mientras ficharás a la calle a través de la ventana. Le contestarás, vio como jugó «El Coco» Rossi y Don Carlos te preguntará: ¿Y vos lo viste jugar a Martino?
LA LEY DEL DEPORTE (JUEVES 20 HS RADIO MATRIX 94.9 Y WWW.RADIOMATRIX949.COM).