«EL LAUCHA» BENITEZ CANTABA BOLEROS
PARTE I
Nunca voy a saber bien del todo si «El Vikingo» intentaba contarme lo que paso realmente esa madrugada en el club Atenas, si quería sacarse la culpa, o si estaba loco. Su historia era confusa, deshilvanada, pedazos de su vida, los saludos escandinavos de las guerras, un estropeado recorte de El Grafico envuelto en trapos con la finísima y luminosa cara de «El Vikingo» mirando de frente a la cámara…
Yo sospechaba de la historia que contaban los diarios, pero si tuve una leve esperanza de que él descifrara los hechos se me borró apenas lo vi llegar receloso, con la piel de la cara «llagada» por el sol, con un aire obsesivo y brutal. Se movía despacio, en un bamboleo suave, era fatal acordarse con melancolía de ese modo tan suyo de caminar el ring para entrar en distancia, de su elegancia para salir pegando, y de hacer juego de cintura sin dejar de lado la «corta distancia».
Estaba allí, con la espalda contra la pared, medio perdido, mirando sin ver a nadie. Le alcancé un cigarrillo y el «ahuecó» las manos para resguardar la llama sin tocarme. Probablemente avergonzado por los lamparones de suciedad que le teñían la cara. Fumó, abatido, sin desprender la brasa de los labios y después se quedo quieto, con los ojos vacíos, y de golpe estaba revolviendo los bolsillos de su camisa, desenterrando un trapo que fue abriendo con prolijidad hasta encontrar el ajado recorte de El Grafico, donde se veía su cara joven y borrosa, al lado de la cara de Archie Moore.
Me estiraba el papel en el asilo donde vivía, respirando con la boca abierta, hablando dificultosamente con una voz incomprensible, amontonando sin orden las palabras, hasta que se quedaba callado y me miraba, como esperando una respuesta. Y volvía una y otra vez a aquella madrugada en el gimnasio del club Atenas de La Plata, y al cuerpito destrozado de «El Laucha» Benítez tirado en el piso, boca arriba, como flotando en la temblorosa luz del amanecer.
Esta historia va a parar al club Atenas, la tarde en que «El Laucha» Benítez se acercó a la figura descollante y feroz de «El Vikingo». Y en una muestra de imprevista lealtad hacia ese monstruo estrafalario, con su cuerpito escuálido, con su carita de «Mono Titi», les arrebato a los que acosaban al «El Vikingo» el único trofeo que había logrado conquistar en años de batallas perdidas y fracasos heroicos. Los ahuyentó embravecido, y después se arrinconó junto al Vikingo, trató de calmarlo un poco, sin saber que se estaba buscando la muerte.
Nadie sabrá jamás lo que terminó pasando, pero es seguro que el secreto habría que buscarlo en ese club desvencijado, de paredes carcomidas, y techo a dos aguas en el fondo de esa calle vacía. Ahí, una tarde de mayo del 51, este hombre que luego se vería obligado a hacerse llamar «El Vikingo» se calzó los guantes por primera vez y comenzó a boxear.
Era ágil, rápido, y demasiado elegante para ser eficaz. Se movía con la soltura de un liviano y todos elogiaban la pureza de su estilo. Pero era imposible ganar con esos golpes que parecían caricias. En el fondo no había nacido para boxeador, y menos para ser un peso Pesado con su dulce rostro de «Galán de Cine».
Pero era boxeador sin haberlo elegido. Fatalidad del destino de haber nacido cerca del gimnasio Atenas, y dentro de ese cuerpo esplendido. Daba tristeza verlo aguantar esas arremetidas confusas y brutales de los «mastodontes» de la máxima categoría. Nunca llego a ninguna parte, nunca tuvo otra virtud que la pureza de su estilo y una loca obstinación por asimilar castigo, un empecinamiento, un orgullo que lo obligaba a seguir en pie, y arremetiendo aunque estuviera destrozado.
La culminación de su carrera la alcanzó una tarde anónima de agosto del 53 en el gimnasio del Luna Park, en la que se aguanto de pie firme frente a Archie Moore, en la única sesión de entrenamientos que el campeón del mundo hizo en Buenos Aires antes de pelear con el uruguayo Dogomar Martínez. Fue una tarde que después siempre le dolió recordar. Nadie se atrevía a ser «sparring» de Archie Moore, y el se decidió porque aun conservaba esa cualidad casi adolescente de despreciar el riesgo, y confiar sin la menor vacilación en la fuerza de su insensata voluntad. Se convenció que era capaz de pelear de igual a igual durante 5 rounds de 3 x 1 con esa maquina de boxear llamada Archie Moore.
Estubo mucho tiempo solo sentado en un rincón cerca de las duchas, esperando su turno. Tratando de olvidar que Archie Moore era, hasta ese entonces, uno de los 3 o 4 boxeadores más grandes de la historia del boxeo. Durante un momento le pareció que se dormía pero de pronto llegaron los fotógrafos como un torbellino y de pronto se encontró encima del ring con Archie Moore, frente a frente.
Empezaron liviano, haciendo cambios de frente, trabajos contra las sogas. Moore era mas bajo, usaba guantes rojos y botitas de terciopelo. El Vikingo se sentía atado, demasiado atento a lo que pasaba fuera del ring. Sentía curiosidad mas que miedo. Ganas de saber hasta donde podía aguantar los golpes de un campeón del mundo. En una de esas se movió despacio y Moore lo cruzo con 2 derechas y 1 izquierda abajo y a «El Vikingo» le pareció que algo se le quebraba adentro. Luego lo encontraron «a mitad de camino» y se le nublaron los ojos. Levanto la cara como buscando aire, pero solo vio los globos de luz del gimnasio que daban vueltas.
Cada vez que Moore lo acorralaba contra las sogas le daban ganas de levantar los brazos y ponerse a llorar. Al rato navegaba en una niebla opaca sin entender como le podían estar pegando tan fuerte. A cierta altura Moore parecía un hombre piadoso. Obligado a pegar porque ese era el trabajo, con un relámpago de respeto y consideración alumbrando sus ojos, una suerte de ruego, como si le pidiera que se dejara caer para no tener que seguir golpeándolo.
Cuando todo terminó casi no se dio cuenta, siguió cubriéndose la cabeza con sus brazos, ni siquiera cuando subieron los fotógrafos. Recién cuando alguien lo puso al lado de Moore y vio enfrente a un fotógrafo, comprendió que había logrado resistir. Entonces miro la cámara, se puso rígido, trato de no cerrar los ojos cuando llegara el estallido del flash.
Bajó del ring pensando en cada gesto, atontado por el dolor, pero invicto y satisfecho. Habiendo adquirido para siempre una fatal confianza en su valor y en su hombría. Como si realmente hubiera peleado contra Moore por el titulo mundial. Satisfecho como nunca jamás pudo volver a estarlo…
LA LEY DEL BOXEO (Martes 20 hs Radio Matrix 94.9).