Cuento de Futbol por Alejandro Dolina
En un partido de futbol caben infinidad de novelescos episodios. Allí reconocemos la fuerza, la velocidad y la destreza del deportista. Pero también el engaño astuto del que amaga una conducta para decidirse por otra. Las sutiles intrigas que preceden al contragolpe. La nobleza y el coraje del que «cincha» sin renuncios. La lealtad del que socorre a un compañero en dificultades. La traición del que lo abandona. La avaricia de los que no sueltan la pelota. Y en cada jugada, la hidalguía, la soberbia, la inteligencia, la cobardía, la estupidez, la injusticia, la suerte, la burla, la risa o el llanto.
«Los Hombres Sensibles» pensaban que el futbol era el juego perfecto, y respetaban a los «cracks» tanto como a los artistas o a los héroes.
Se asegura que los muchachos de El Ángel Gris tenían un equipo. La opinión general suele identificarlo con el legendario Empalme San Vicente, también conocido como «El Cuadro de las Mil Derrotas».
Según parece, a través de modestas giras, anduvieron por barriadas hostiles como Temperley, Caseros, Saavedra, San Miguel, Florencio Varela, San Isidro, Barracas, Liniers, Núñez, Palermo, Hurlingham o Villa Real.
El celebre puntero Héctor Ferrarotti llevo durante muchos años un cuaderno de anotaciones en el que, además de datos estadísticos, hay noticias muy curiosas que vale la pena conocer:
En Villa Rizzo, todos los partidos terminan con la aniquilación del equipo visitante. Si un cuadro tiene la mala ocurrencia de ganar, su destrucción de concreta de manera de venganza. Si el resultado es un empate, la «biaba» obra como desempate. Y si, como ocurre casi siempre, ganan los locales, la violencia toma el nombre de «castigo a la torpeza».
En ciertas ocasiones los partidos deben suspenderse por lluvias y otras circunstancias. En ningún caso se extrañara la violencia, que llegara sin futbol previo, pura, ayuna de pretextos.
En Caseros había una cancha entrañable que tenia un árbol en el medio y que estaba en el terreno de una casa abandonada.
En un potrero de Palermo, había oculta entre los yuyos una canilla petisa que malograba a los delanteros veloces.
Cierto equipo de Merlo jugaba con una pelota tan pesada que nunca nadie se atrevió a cabecearla.
En un lugar preciso de la cancha de «Piraña» acecha el demonio. A veces los jugadores pisan el sector infernal, adquieren habilidades secretas, convierten muchos goles, triunfan en Italia, se entregan al lujo y se «destruyen».
Conviene no jugar en la cancha de «Piraña».
LA LEY DEL DEPORTE (JUEVES 20 HS RADIO ACTIVA CONTINENTAL 98.9, WWW.ACTIVACONCORDIA.COM).